Restaurante Compartir – Cadaqués (GE)
Con poco menos de 3.000 habitantes censados, Cadaqués puede presumir de ser el pueblo más oriental de la Península Ibérica, además de ser uno de los parajes más bonitos de la costa catalana, inundado por el turismo francés y nacional, donde los restaurante a pie de mar han proliferado cuan setas en época otoñal.
Por supuesto, el pueblo gerundense, también puede presumir de alojar uno de los restaurantes más completos en cuanto a servicio, relación calidad/precio y ambiente de cuantos hemos probado en esta humilde guía gastronómica. Sin duda, como su propio nombre indica, nos da pie a pensar que los platos irán al centro de la mesa.
La recomendación es pasar un día en familia en el pueblo costero, al que solo se puede acceder por mar o bien por carretera desde Rosas, atravesando un pequeño puerto; casas blancas, calles casi peatonales y un paisaje muy agradable. Pero no todos los restaurantes allí nos darán de comer, algunos, incluso, nos servirán copas, tapas, paellas, pizzas… todo en el mismo local, algo que, nosotros personalmente, no concebimos. Pasado este filtro, podremos encontrar alguno que merezca la pena.
El patio de acceso a las mesas es realmente agradable, con abundancia de piedra y techos de madera en los laterales, con estufas individuales en cada mesa para los momentos más fríos, no hacen más que aumentar las ganas de disfrutar de su cocina. Y no, en este caso, las apariencias no nos han engañado. Solo al ver el cocktail de la casa, acompañado por arroz inflado y gambas al ajillo, hacían gala de lo que iba a suceder.
La carta no es muy amplia, pero sí lo suficiente para dudar en qué elegir. Como cada vez vemos en más restaurantes, en mesas de 2-3 comensales es posible pedir media ración de algunos entrantes: ensaladas, sardinas y navajas/mejillones. Era nuestro caso, por lo que nos aventuramos con dos medias raciones, dos ostras y los huevos de pollita, con un arroz de segundo para compartir.
A medida que van llegando los platos, uno se da cuenta que no está en cualquier sitio, sino que la calidad, la presentación y la conjunción de sabores no están ahí por casualidad. La endivia en dos texturas sencillamente espectacular, con unas láminas crujientes por encima y una cocción al dente en su interior, acompañado de la espuma de gorgonzola es una auténtica delicia.
Pero si con la primera ración nos hemos sorprendido, las sardinas son un manjar, una combinación de sabores, texturas, agradables en boca como pocas veces y que no se deja de saborear. Se llega a la culminación con el tacto frío de la horchata, un sinparar de sensaciones y contrastes; sólo de recordar su sabor, la boca comienza a salivar…
La conjunción de ostra con el crujiente de la manzana y el nabo contrastan a la perfección, con la sidra que termina de culminar el sabor de todas las texturas. No resultó lo mismo en la ostra con jugo de liebre y fresa, que no encontramos ese maridaje que debía. Quizá la predisposición de encontrar una ostra cruda y no cocinada, permitieron este tropiezo, pero para gustos, los sabores, y podremos escoger distintas combinaciones de este apreciado bivalvo.
Tocaba el arroz marinero, elegido por su simpleza y ubicación, aunque el ibérico con trompetas también nos dejaba indecisos al comienzo; textura, sabor, temperatura y cocción perfectos, acompañado de unas cigalas, rape y alcachofas del huerto que contrastaba los auténticos sabores del mar. Para repetir.
Llegábamos al postre algo saciados pero no podíamos dejar escapar la oportunidad de probar al menos uno, que luego fueron dos, ambos para compartir, como manda la tradición. La ensalada de frutas «dipeando» sabíamos que acompañaba sorpresa por el nombre, pero el coulant de avellana no dejaba indiferente a nadie.
La frescura y calidad de la fruta estaba presente en la textura crujiente de la fresa, manzana, piña y arándanos con una espuma de melocotón que estaba para comerla a cucharadas. El dipeo más sano que recuerdo haber comido y disfrutado. Llegaba el coulant caliente con helado de cereza sin apenas esperar, y rápido a probar tal manjar. La sensación y el sabor fue lo que más nos sorprendió.
Tocaba reposar la comida unos minutos y proseguir viaje, primero andando para terminar de disfrutar del pueblo y, en coche, primero hacia Port Lligat, última residencia de Salvador Dalí y posteriormente hacia el Cap de Creus, donde divisaríamos Francia a pocos kilómetros.
2 comentarios
Me encanta como lo explicáis. Dan ganas de ir allí corriendo. La próxima vez que pase por allí, seguro que voy a compartir.
Ni más ni menos, un bonito pueblo y por lo que parece un bonito restaurante, con buena comida. Ya sé donde será la próxima excursión.